Teranga
Situado en la periferia de Sevilla, San Jerónimo es un barrio con problemas de segregación espacial en el que se concentran diversas minorías étnicas desfavorecidas. Estas comunidades han creado redes de solidaridad y apoyo mutuo que se suman a numerosas asociaciones solidarias ya existentes (recogida de ropa, medicamentos y alimentos, prevención de la drogadicción juvenil y la violencia de género, reinserción social de ex-convictos, etc). Estos grupos se conocen y colaboran entre sí creando un tejido de relaciones que redibujan los espacios de sociabilidad y convivencia del barrio más allá de los los lugares que la planificación urbana prevee y gestiona. Para hacer referencia a esta realidad tomé prestada de la comunidad senegalesa la palabra "teranga", que significa "hospitalidad" pero también "comunidad" y "lazos de apoyo".
Teranga se realiza en colaboración con 13 grupos, que incluyen, como uno más, a la comunidad senegalesa. En un día de convivencia, los locales de las asociaciones en torno al centro cívico del barrio abrieron al unísono y de forma extraordinaria sus puertas a la ciudad, dando a conocer la actividad que desarrollan cotidianamente. Organizaron rutas guiadas, una gymkhana intercultural, una comida senegalesa, talleres para niños, un mural colectivo, cuentos y juegos del mundo, entre otras actividades que conectaron las calles y el interior de sus locales.
Al anochecer, las puertas iluminadas de estos espacios surgen poco a poco en la oscuridad, saliendo del anonimato. Unas puertas remiten a otras, componiendo una escala mayor y ayudándonos a comprender la magnitud del rico paisaje socio-cultural mientras lo recorremos. La iluminación de puertas y puesta en común de espacios dibuja una nueva imagen del lugar en el imaginario colectivo del barrio, y es un estímulo para afianzar colaboraciones entre los grupos.
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Una preocupación constante para mi al trabajar en un barrio desfavorecido como San Jarónimo, fue el intervenir en el ecosistema cultural por el que circularían las imágenes, además del ecosistema urbano del barrio en el que se despliegan las prácticas de las asociaciones que colaboraron. Mi deseo era evitar la erotización de la pobreza y lo marginal, asi como la instrumentalización de la acción artística para legitimar agujeros en las políticas urbanas, traicionando así las luchas de las personas que formaron parte. Para afrontar este reto ético-estético, el diseño de la iluminación -finos hilos de luz enmarcando puertas de asociaciones- busca crear un antídoto contra estas posibilidades, al forzar a incorporar en las imágenes retransmitidas la realidad del lugar con una honestidad brutal, sin ocultar su crudeza. Las puertas cerradas e iluminadas en callejuelas solitarias buscan transmitir la dignidad del empoderamiento cívico que encontré en el lugar, junto a cierto sentimiento de abandono que sus gentes expresan. La belleza no la encontraremos en el "objeto iluminado"; surge en la experiencia estética del tránseunte que al recorrer el barrio recompone a través de fragmentos en contradicción una realidad compleja .
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